La Hacienda Santa Teresa

En lo que ha sido una serie de asombrosas coincidencias, cuando mi rutina semanal en relación al tabaco y los destilados se basa en una cata que suele ser los miércoles y un par de reuniones con amigos a fin de fumar dos veces adicionales a la semana, la última semana de septiembre se caracterizó por nada de eso.

Comenzando que martes, miércoles y jueves estuve haciendo el curso de Habanos Jr. y Sr., el viernes tenía una reunión de asesoría de comidas con un restaurante en el que organizaré una cata pronto, pero esta reunión se vio suspendida (por mi parte) debido a una visita a la Hacienda Santa Teresa en El Consejo, estado Aragua.

Era la primera vez que los visitaba, principalmente porque no soy una persona de manejar muy lejos y porque en realidad la mayoría de la gente que he visto que va, lo toma como una fiesta muy grande, en donde básicamente se trata de tomarlo todo y recordar poco. No obstante, un amigo me dijo que es una experiencia muy divertida e interesante, así que decidí anotarme. También pasaba que éramos un grupo pequeño (8 personas en total).

Llegando a las 10 de la mañana, nos dispusimos a visitar la sección más antigua de la Hacienda, en donde encontramos los primeros implementos y artilugios de destilación que utilizaba la hacienda desde 1796.

Posteriormente nos dirigimos a la sección de destilación, aunque es más como un mural en donde está explicado el proceso y es la guía del paseo quien nos da detalles. No deja de ser interesante, pero está obviamente simplificado a fin de hacer el paseo lo más entretenido posible sin llegar a aburrir. Pero también llama la atención que siendo un grupo más «experto» en el tema, la guía sabía todo sobre el ron y respondía con lujo de detalles cuando se dio cuenta que éramos un poco más duchos que el visitante promedio.

Luego pasamos al área de añejamiento, en donde la fotografía está prohibida, pero pudimos observar y oler una de las tantas bodegas de añejamiento, ver varias barricas e incluso constatar no solo los precintos fiscales sino también algo sobre el tiempo que llevan añejando. Para mi sorpresa también habían barricas de limusín francés, que no era lo que esperaba ver. Se utilizan para rectificar y afinar un poco los destilados finales, aunque no haya un producto de la marca que oficialmente pase por este tipo de madera.

Posteriormente visitamos el área de embotellado, en donde vimos todo ese ensamblaje final del producto, la puesta de la cera sobre la botella y el etiquetado. Insisto, casi todos estos pasos fueron muy sencillos y simplificados, sin duda a fin de hacer el paseo lo más entretenido posible y sin que deje de ser didáctico.

Finalmente llegamos a la sala de Reserva, o al menos eso creo que se llamaba. Aquí pudimos ver las distintas barricas privadas que son adquiridas por personas y empresas y que son contienen el equivalente a unas 300 botellas y cuyo costo ronda los $14.000.

Al final de esta área nos encontramos con una mesa en donde estaban las copas dispuestas para una cata especial del 1796. Cabe destacar que hasta este punto habíamos disfrutado de un cóctel con el Gran Reserva y otro con el Linaje.

Lo que hizo interesante a esta cata es que primero nos explicaron con lujo de detalles y con disposición a cualquier pregunta el proceso que arma el Santa Teresa 1796. Cómo se añejan los rones, cómo llegan a la solera, cómo esta solera funciona y los detalles y preguntas que todos hicimos fueron respondidos, e incluso algo aportamos nosotros con la explicación de otros procesos de otras empresas fuera de Venezuela.

Sin embargo, la cata que hicimos fue muy interesante porque consistía básicamente en el Santa Teresa 1796 deconstruido. Probamos los distintos elementos que conforman el 1796, incluyendo un ron ligero de 4 años de añejamiento, un ron pesado de 5 años de añejado y un ron de alambique sin edad declarada y todos sumamente complejos, con sus diferencias. Finalmente, un ron ligero de 35 años de edad. Estos cuatro rones son combinados y son los que se introducen en el primer nivel de la solera; cabe destacar que también probamos la combinación de esos 4 rones en una copa, o lo que se conoce como Relleno de Solera. El sexto producto que probamos fue el 1796 de la botella, primero solo y luego acompañado de jamón serrano, chocolate negro y queso camembert.

Como último paso probamos un cóctel llamado Cojonudo, que consiste simplemente en Santa Teresa 1796, agua con gas y una cáscara de naranja. Un cóctel sencillo que sin duda realza la calidad del ron.

Finalmente nos dirigimos al almuerzo en la hacienda, en donde pudimos comer una carne que estaba en su punto y unos acompañantes interesantes, aunque las raciones eran para niños. Pero luego de tanto ron tan distinto, lo único que quería era fumar un buen cigarro acompañado de este excelente ron. Tuvimos la suerte de conocer en esta fase final y antes de almorzar a Nancy Duarte, la nueva maestra ronera de la marca y a Victor Carbonara, aunque yo lo conozco y he compartido varias veladas con él, pero es un gran bartender oficial y embajador de la marca.

Después nos sorprendió una lluvia increíble y dado que la hacienda no queda especialmente cerca de Caracas, emprendimos la salida y el caótico regreso, en el cual afortunadamente no iba manejando, pero que fue igualmente vertiginoso. Pero no dejó de ser una experiencia global muy interesante y gratificante. Sin duda veré al 1796 con otra visión, aunque es un ron que siempre me ha parecido espectacular, aunque no esté entre mis preferidos.

Un buen grupo

Publicado por diego440

Publicista, redactor y hasta director de arte. Siempre escritor, por eso ahora generando contenidos en digital.

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